Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

terça-feira, 27 de junho de 2006

Espejos y Máscaras

Tras este título se esconde una rama de pensamiento que empleo desde hace ya varios meses. Se trata de un concepto que surgió tras leer la maravillosa novela «Confesiones de una máscara», del escritor Yukio Mishima. En esta novela se pueden encontrar numerosas perlas del pensamiento. Quizás sea demasiado subjetivo. Siempre he pensado que comparto un extraño lazo de comprensión con la cultura nipona, y cuando digo siempre, me refiero al mismo momento en el que comencé a conocer cosas sobre ellos, y era suficientemente mayor como para poder razonar con cierta lógica e independencia. Esto puede remontarse perfectamente a los siete u ocho años. Cosas como vivir para trabajar, trabajar sin esperar nada a cambio, pensar que lo normal es no tener vacaciones, ser honorable, e incluso cuestiones más peliagudas como comprender y, de alguna manera, compartir y apoyar ese extraño y alarmante sistema de redención basado en el máximo sacrificio que se puede otorgar, conocido también como suicidio, eran cosas bastante naturales según mi forma de pensar. Algunas, por desgracia, las sigo manteniendo, y no diré cuáles para no preocupar innecesariamente a nadie. Continuando con lo importante, el tema de los espejos y las máscaras, cabe citar un fragmento del libro:
«Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o al menos no tan pronto como yo. Al finalizar mi infancia estaba firmemente convencido que así era, y que debía interpretar mi papel en ese escenario sin revelar jamás mi auténtica manera de ser.»
Mi principal preocupación y, al mismo tiempo, fascinación por este libro fue la de ir descubriendo poco a poco su contenido oculto entre las páginas. Era como si alguien me explicara aquello que estaba en mi mente, en multitud de formas, y que no era capaz de ver. Aunque no lo pueda citar, aun en contra de mi voluntad ya que no soy capaz de encontrar el libro en estos momentos, no puedo escribir este texto sin comentar la idea que, para mí, es la principal, el pilar básico de mi camino de espejos y máscaras: si bien la vida es un escenario, y hay que representar un papel, lo interpretamos tan frecuentemente que acabamos engañándonos a nosotros mismos, y olvidamos que estamos interpretando a alguien que no somos. Es decir, al final olvidamos la esencia de lo que somos, y no podemos sino ser tan sólo la máscara que nos impusimos en una edad demasiado temprana.

Esta filosofía subyacente de la vida como escenario parece ser más frecuente, o simplemente mayormente tratada, en la cultura del sol naciente. Por ejemplo, tenemos un caso muy similar en Kare Kano (o Kareshi Kanojo no Jijou). La cita que destaco es un texto que dice Arima:
«Estaba contento tal y como era, con este personaje que creé. [...] Pero cuanto más te conocía, más apego sentía por ti. No tenía ni idea de ese aspecto de mi personalidad, y se me ocurrió que, tal vez, lo que yo creía que era yo, no era más que una mentira que forjé con gran esfuerzo. Y no me gustó nada la idea. ¡No debería haberme dado cuenta! ¡Has destruído capa tras capa de este caparazón! ¡Me has abierto los ojos! ¡He visto la luz al final del túnel! ¡Oh! Sólo con ver la luz, he comprendido que existe una oscuridad, y esa oscuridad la llevo dentro de mi corazón.»
Hay que señalar una cosa importante de este fragmento, y es la destrucción de esa máscara. Como puede apreciarse, Arima también había olvidado quién era él en realidad y, sin embargo, era feliz. Falsamente feliz, en verdad. La frase que, quizás, lo sintetiza todo es la de «Sólo con ver la luz, he comprendido que existe una oscuridad». Recordemos que, una vez asimilada esa máscara de teatro que sustituye nuestro ser por el del personaje que interpretaremos desde ese momento, perdemos toda referencia a algo que exista o existió ajeno al personaje. Es decir, se comienza una existencia simulada y, por tanto, acotada. Esto implica que la felicidad que se puede aspirar a conseguir siempre estará acotada. Pero no nos engañemos: el dolor no se puede acotar. Conviene recordar eso siempre.

Bien, ya tenemos las máscaras. ¿Dónde están los espejos? Los espejos están en la mente. ¿Por qué alguien con una máscara es capaz de pensar que es feliz? ¿Dónde radica el miedo a quitarse la máscara? En los espejos. Son los encargados de hacerte olvidar que todo es mentira, que ese no eres tú, y que hay otro yo en tu interior, y desgraciadamente son muy buenos en su trabajo. Piensa por un momento que estás en una habitación, y únicamente dispones de una ventana para ver lo que hay fuera. Imagina también que el cristal de la ventana produce el mismo efecto que un espejo de circo: es capaz de adulterar la realidad, proporcionando falsas percepciones. Justamente eso hace un espejo. ¿Y por qué es un espejo? Porque la imagen que adultera es la propia de cada uno, no la del mundo exterior. Hace que te percibas de forma erronea. Los espejos son malos, muy malos. Los espejos son capaces de acabar contigo, son tus enemigos más feroces y despiadados, y los llevas dentro de ti. Pero no te engañes, la gente no te ve con tus propios espejos. La gente no piensa de ti lo que tú eres capaz de llegar a pensar de ti. Y si no te lo crees, pregúntaselo a ellos directamente. Cuando encuentres un espejo, destrúyelo. No tengas piedad de él, igual que él no la tiene contigo. Recuerda que mereces ver el mundo como es en realidad.

Confía en mí, es un placer oír el estallar de cristales contra el pétreo suelo, mientras se astillan en pedazos, y sus melancólicos llantos resuenan por las desoladas habitaciones de la esperanza y del recuerdo. Y, por desgracia, sé muy bien de lo que hablo.