Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

segunda-feira, 7 de janeiro de 2008

Remake literario

Un «remake» del proyecto de obra literaria de Kaki-chan, por interés de mi persona, como reto de papel, pluma y tinta.


El conductor resopló cansado, dando gracias al cielo: Era su último viaje de la noche. Unos segmentos rojizos resplandecían con cierta violencia en la cabina, recordándole que en breve serían las doce menos cuarto de la noche. La calle estaba algo solitaria esta noche, algo bastante extraño considerando que era viernes, y normalmente multitud de personas atestaban las calles a estas horas. Todo el mundo se divertía ahí fuera, menos él, y los pocos pasajeros que transportaba esa noche; sólo llevaba cinco. Seis, si se contaba a sí mismo, y todos y cada uno de ellos parecía agotado.

Entre los pasajeros, un hombre se balanceaba con cada curva del autobús, sujetándose en la barra del techo. La otra mano asía con fuerza un maletín oscuro, quizás negro, a juego con su traje y corbata. Carentes de expresividad, similares a su rostro sobrio, como buen hombre de negocios que se precie, pensó el conductor.

Al lado, un joven anciano leía con atención algún titular del periódico. Tras las hojas se percibía una cara redondeada, ligeramente coloreada, con ojos entrecerrados tras los refulgentes cristales redondeados de unas gafas. Un poblado bigote canoso ocultaba con valentía su boca. A su lado reposaba otro maletín, pero esta vez era pequeño y gastado, viejo y silencioso, como su dueño.

Una joven en su primera veintena bostezó en silencio, ataviada con una chaqueta vaquera algo grande para ella que compensaba con su comodidad la diferencia de talla. En sus brazos reposaba una pequeña carpeta llena de apuntes y libros, decorada efusivamente con imágenes de actores sobre sus pastas. Entre sus piernas descansaba recostada una mochila rojiza. Bosteza nuevamente, mientras los párpados caen dulcemente.

Detrás de ella se encontraban una monja y una novicia. Habían sido las últimas en subir, justo en la parada anterior. La monja había dejado atrás medio siglo de vida recientemente, pero ni ella ni su compañera parecían cansadas. Con rostro severo surcado por unas gafas cuadradas que no le favorecían, contemplaba distraída el interior del autobús. La novicia, en su temprana treintena, mostraba un rostro amable y tranquilo, con curiosos ojos que se perdían junto con su mente más allá del cristal de la ventana.

Y él, el que los llevaba a sus respectivos destinos. Durante un fugaz instante se contempló en el espejo de su izquierda. El espejo devolvió la imagen de un hombre delgado, muy delgado, con pobladas cejas y pelo ligeramente largo, sujeto en una coleta pequeña. Una nariz se exhibía sin demasiado orgullo una cicatriz de la infancia, y unos dientes bien alineados aunque algo amarillentos se mostraban con timidez en la boca. Había cumplido ya treinta y tres años, pero el aspecto contemplado le hicieron pensar que, si seguía con este ritmo de vida y con los dos trabajos que ostentaba ahora mismo, no llegaría a ver su siguiente cumpleaños.