Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

domingo, 2 de dezembro de 2007

Vuela por el prado, vuela

Vuelo, sin saber por qué. Sin saber cómo. Un día desperté, y vislumbré con asombro y reconocido orgullo que estaba surcando el cielo. No es como lo imaginé. Durante la breve transición no hubo música tétrica, tampoco música triunfal. No hubo música conmovedora, ni emotiva. Ni siquiera música prefabricada llenando el lugar. No hacía falta. Volar... ¡Qué sensación tan maravillosa! ¡Cuántas veces llegué a soñar con poder volar! En un pequeño rincón, sollozante a veces, inquieto tantas otras, pero siempre anhelante soñé una y otra vez con poder emprender un vuelo que arrancara las raíces entumecidas que me ataban a mi amada tierra. ¿Cuántas veces soñé cómo sería volar? Lo imaginé de tantas formas que las he olvidado. Las olvidé al despertar, las olvidé una vez más al soñar. Imaginé tantas formas como estrellas brillan en el cielo. Pero ninguna se aproximó a la realidad. ¿De qué me sirvió entonces soñar? Como casi todos los sueños, lo importante es alimentar la esperanza, día tras día, obstáculo tras obstáculo, para no hacerte cesar en la búsqueda. Y, ahora, vuelo. Puedo ver el aire, puedo sentir su tacto en mi mente. Puedo estar ahí ahora, y cuando desee. ¡Qué sensación tan maravillosa tras tantos años atrapado en la tierra! Lloro ahora desde arriba, como antes hacía cada día. Pero es otro rocío el que surca mis mejillas. No es salado, sino dulce, por ser lágrimas de emoción y no de tristeza. Porque es todo demasiado bonito como para ser indiferente, y sé que mi tierra siempre fue cordial, correcta y cariñosa conmigo. Sé que yo tenía un suelo abonado, fértil, hermoso y dulce, que me permitía crecer todo lo que deseara en él, un vergel de vida. Y, aún así, lloro de alegría, por ver las colinas de los demás, por ver sus fuentes y sus ríos desde aquí, por contemplar el color de la tierra, de sus tierras, y no sólo de la mía. Y surcan ahora de mis mejillas un rocío amargo. ¿Será cierto lo que contemplo? ¿Será cierto que mi pequeña parcela de tierra, aquella a la que llamé hogar durante tantos años, aquella de la que traté de alzar vuelo, aquella que me dio cobijo y alimento durante todo el tiempo en el que tuve mis raíces en ella, será cierto que es la más verde de cuantas me rodean? Y lloro, por las flores y las briznas de hierba de la tierra circundante, y lloro por haber llamado a mi terruño cárcel en mis sueños más malvados, y por la desesperación mostrada por querer abandonarla. Desciendo el vuelo, y me poso otra vez en mi amada tierra, que aún tiene las huellas de mis pisadas, las raíces recién sacadas. Y le pido perdón, por no saber apreciar lo que tenía. Y le prometo que jamás la abandonaré, aunque pueda surcar los cielos a placer, y le prometo que tomaré tierra allí, aunque vuele a ratos por el firmamento, y le prometo que nunca dejaré de ser trébol, aunque sea urraca, porque gracias a ella, puedo volar ahora.