Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

domingo, 2 de julho de 2006

El interior del pozo interior

Contempla. Hace frío. No hay nadie a tu alrededor. Miras hacia arriba, y percibes un cielo, que se antoja inalcanzable desde las profundidades del pozo en el que te encuentras. Estás en lo más profundo, tienes miedo, estás cansado de intentar subir. Te sangran las uñas partidas de haber intentado trepar por los muros de tierra y roca. Ni siquiera hay agua. El pozo está seco. Te sientas a esperar. A esperar... ¿el qué? Nada vendrá a buscarte allí. No le has dicho a nadie que estabas allí. No puedes recriminar a nadie que no te haya ayudado, o que vaya ahora a ayudarte. ¿Gritar? Seguramente será inútil, la gente dejó de pasear junto a ti. Seguramente nadie te oirá. Grita, es lo menos que puedes hacer ahora.

Recuerda. ¿Sirve de algo recordar? El cuerpo entero tiembla simplemente de intentarlo. ¿Realmente merece la pena saber si te caíste al pozo o bajaste voluntariamente, quizás engañado por un reflejo dorado en su fondo? Ya da igual. Lo que importa es que estás aquí, en lo más profundo de todo. Debajo de tus pies no hay ningún lugar al que ir. Ya no se puede seguir descendiendo más. Se ha tocado el fondo. Gritas, ahora con más fuerza. Por primera vez eres consciente de lo que supone. Sigues sin recordar por qué estás aquí. Sigues sin recordar cuándo llegaste, cuántos peldaños fuiste bajando sin comprender hacia dónde ibas. Seis... veinte... cien... bajar no costaba ningún trabajo. Hasta parecía agradable, siempre que no miraras hacia arriba, y vieras lo que estabas dejando atrás.

Ayuda. Vuelves a gritar. ¿Por qué? ¿Esperanza? ¿Desesperación? Sabes que no queda ya nadie para ayudarte. A nadie dijiste que comenzabas a bajar por esas escaleras. No puedes esperar que nadie venga en tu ayuda. ¿Lloras? ¿Por qué? ¿No eres feliz con lo que elegiste? Derramas una lágrima. Mi imagen tiembla. Estoy hablando con mi reflejo. Puedo ver el cielo de fondo. Quiero estar allí, otra vez. ¿Por qué me fui?

Voces. Oigo voces. No sé si son en mi interior, no sé si son del lugar que abandoné. No importa, no comprendo lo que dicen. Las siento demasiado lejanas, demasiado extrañas. No las reconozco, y sé de quién son. Me miente una vez más, aunque no le falta razón a sus palabras. Me miento una vez más, fruto de la desolación de mi alma. Miro arriba otra vez, el cielo sigue siendo azul. Es del mismo color que todos los días, cada vez es más hermoso. Cada día se está más oscuro aquí dentro. Quiero salir. Pero no sé cómo hacerlo. Esta vez no grito, ya me he cansado. Esta vez, escucho. Ahora le oigo, comprendo lo que dice. Tengo miedo. Es un nuevo inicio, un cambio. El terror se apodera de mí.

Cambio. Miro hacia arriba. Una sombra se proyecta hacia abajo. Hay alguien arriba, me tiende una mano. He de alcanzarla, está lejos, pero ya nada me importa. Sé que quiero salir, tengo miedo, pero no me detendrá esta vez. No miro abajo al clavar mis uñas en la tierra que me rodea. Duele, pero percibo el olor fresco de la brisa, que surca el cielo libre. Clavo las uñas más fuerte. Duele aún más, pero empieza a gustarme este dolor. Es el dolor hacia mi libertad. Es maravilloso, aunque me haga llorar. Mis pies ya no tocan el suelo, voy ascendiendo lentamente. No sé cuánto he subido, no quiero mirar hacia abajo. Un peldaño. Mis pies encuentran un peldaño en el ascenso. Ahora hay más sombras en lo alto: les tiendo mis brazos. Muchos son desconocidos, pero lo sé todo sobre ellos. Alzo mis brazos hacia arriba con tanta fuerza que siento que los voy a desgarrar. Más dolor, ya nada importa. Siento una cálida mano. La agarro con fuerza, como si no existiera nada más en el mundo: no existe nada más en el mundo, y ahora soy consciente.

Afuera. Estoy arriba, no sé por cuánto tiempo. Sé que no quiero volver, jamás. Pero seguramente no será tan sencillo. Algo me dice que he quedado en regresar, no sé cuántos peldaños bajaré esta vez, pero he de aprovechar hasta entonces. ¿Recordar? No, prefiero simplemente no olvidar. Miro en mi derredor. Pozos. Hay muchos pozos. No oigo gritos desde su interior. Me asomo a uno. Lloro al ver quién hay allí. ¿No eras tú quien me diste tus brazos para salir? Toma ahora los míos, y perdona por no haber venido antes, cuando debiste gritar la primera vez: estuve ocupado gritando por mí, y no supe escucharte.


4 Comments:

At 1:07 da manhã, julho 03, 2006, Blogger Miauz said...

¿Y qué pasa cuando tapías la boca del pozo por miedo a lo que hay fuera antes de saber que lo que hay dentro da mucho más miedo?
Nunca es fácil salir, pero es mucho más complicado cuando no eres capaz de pedir ayuda de ninguna forma. Puedes tener la suerte de que alguien pase, te vea y sienta pena o se sienta reflejado en ti y decida ayudarte. Lo lamentable es que no siempre puedes corresponderle cuando te necesita.

 
At 1:12 da manhã, julho 03, 2006, Blogger antemil said...

Hay algo aún peor que no he contado, y es cuando abates a toda la gente que se acerca al pozo. Con tapiar los evitas, pero si acabas con los que se aproximan, nadie más se acercará nunca. Salvo aquellos a los que no me queda más remedio que darles las gracias.

 
At 11:47 da manhã, julho 03, 2006, Blogger alayma said...

Me ha gustado mucho este post, lo de los pozos es chungo, y más si en vez de ayudarte a salir te hunden un poco más, en cualquier caso, por mucha ayuda que tengas, el primer paso para salir es siempre tuyo.
Te dejo aquí una historia que leí una vez, es también de pozos.

Cuentan que un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer para sacarlo. Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo, que le desprestigiaba cuando todos en el pueblo ya tenían caballos y que como el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas, realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.

Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y continuó llorando amargamente. Pero luego, después de unas cuantas paladas de tierra y para sorpresa de todos, se calló.

El campesino intrigado, finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió ante lo que estaba viendo... Con cada palada de tierra, el burro había estado haciendo algo increíble: se sacudía la tierra que le caía encima y daba un paso encima de ella. Nadie daba crédito a lo que explicaba el campesino, pero un grupo de jóvenes, conmovidos y admirados por la hazaña de aquel animal, tenido por todos como el más ignorante, necio y torpe de los animales, empezó a echar cada vez con más brío arena dentro del pozo... Muy pronto, todos los que estaban allí reunidos, vieron profundamente impresionados como el burro llegó hasta la boca del mismo, pasó por encima del borde, miró con gratitud a aquel pequeño grupo de jóvenes que se había apiadado de él y salió trotando...

 
At 3:46 da tarde, julho 03, 2006, Blogger antemil said...

Bonita historia. Una pena que fuera más burro que el burro y usara la tierra para arroparme en ella.

 

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