Tu verdad
Y le gritas una vez más, como si fuera culpa suya la situación en la que estás. Desde la distancia no puede oírte, pero te observa en silencio desde su bóveda azulada. Con lágrimas en los ojos y el dolor en el corazón, alzas tus dos puños hacia el cielo que la alberga. Gritas una vez más, por la desesperación que no puedes contenter en tu interior. Y vuelves a gritar, porque es todo lo que puedes hacer, porque no sabes hacerlo mejor. Caes rodilla en tierra, suspirante, mientras el rocío de tus mejillas se desliza colina abajo, y repiquetea en el silencio de la noche, humecediendo el pétreo firmamento. Y ahora, ¿qué dirás?
Y lloras, rompiendo el duro silencio de la estival nocturnidad. No tienes el valor de volverla a mirar, dejas cabeza gacha y ojos apretados, esperando que no te devuelva una mirada orgullosa, enternecedora, complaciente. No la quieres, no la podrás soportar una vez más, sabedor de que porta la razón que tú no pudiste obtener. Y ahora, ¿por quién llorarás?
Y la soledad te golpea con violencia, como si fuera la primera vez que te muerde, como si no fuera tu compañera desde hace tantos años. Y te duele, como si jamás te hubiera golpeado antes, como si nunca antes hubieras implorado la muerte. Como si no existiesen los surcos trazados en tus muñecas, grabadas en sangre con precarias cuchilladas, semanas antes. Y ahora, ¿qué escribirás?
Y el silencio te abruma, como si pudiera robarte tu felicidad, porque no sabes qué te quiere decir con tanta parquedad. Porque nunca llegaste a entender cómo sin decir nada se podía decir tanto, porque no estabas a su altura, porque no eras capaz de comprender su mirada y sus lágrimas saladas. Porque no eras capaz de saber que tú eras el culpable de su infelicidad. Y ahora, ¿de qué sirve continuar?
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