Viento y hojas
El cielo gris lloraba con desesperación desde altas horas de la madrugada. La tierra destilaba su olor a humedad, mientras el polvo y la suciedad del ambiente se asentaban desprevenidos. El viento no susurraba, sino que clamaba su presencia a voces, abriéndose camino de forma brusca entre los obstáculos que se encontraba a su paso. Era un día hermoso, pero no era buen día para volar. Las lágrimas de la ceniza bóveda repiquetean sobre ti, humedeciéndote lentamente. Es peligroso volar en este tiempo, con paciencia toca esperar a que el viento duerma y el cielo olvide sus llantos. Pero a ti ya te da igual. Las lágrimas dulces del firmamento se entremezclan con las saladas de tus hojas. Sólo dos hojas ostentas desde tu dolorido tallo. El viento trata de arrancártelas con brusquedad, pero no lo permitirás bajo ningún concepto. ¿De qué habría servido perder todas las que están ausentes si te rindieras? Tus raíces se aferran en la tierra. El viento aulla con más fuerza, mientras se ríe de tu futil intento. ¿Qué es una brizna de hierba comparado con todo su poder desatado de las tormentas? ¿Acaso cree que, porque tengas humedecidas hojas y enrojecidos tallos, has perdido el valor que siempre ostentaste? Las raíces se enroscan con más fuerza. El viento, mostrando parte de su ira, arremete con violencia una vez más. Un crujido adorna las pausas entre temblores y truenos. Un árbol cae detrás de ti, víctima de los esfuerzos titánicos del viento. Tú, sin embargo, resistes otra vez.
¿Acaso pensó que por no aparentar la dureza y tener el porte majestuoso del abedul tu tallo se quebraría antes? Llevas toda una vida balanceándote según los caprichos de las ventiscas pasajeras que se acercaban a tu vida. Olvidaste la primera vez que meciste tus numerosas hojas a sus extraños y pasajeros sones. Ahora sólo quedan dos de todas las que tuviste en su día y, quizás por presunción ante otros vientos, cada uno de ellos alardeó de conseguir arrancarte al menos una de ellas. Pero tú sabes muy bien que no fue otro sino tú quien las separó de su tallo. Ni la ventisca más poderosa podría arrancar una sola de tus hojas si tú no estuvieras dispuesto a dársela. ¿Fueron los vientos entonces quienes se llevaron tus hojas, una a una? Sí, fueron ellos. Porque, aunque sean mis hojas y me duela perderlas, todas nacieron con las formas que ostentan, y soy incapaz de quedarme con ellas mientras el viento se marcha arrastrando lágrimas de impotencia y fracaso entre sus invisibles hebras, y me despido de una de mis hojas, con mis lágrimas saladas, y pienso que, quizás, así al menos se cumpla su sueño de sentir el cielo desde las alturas.
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