Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

quinta-feira, 15 de maio de 2008

Palabres que nun son mentires

Se sentó un día más, como venía siendo habitual, en la silla de su escritorio. Cayó con pesadez, recogió lentamente los auriculares y los ajustó sobre su cabeza. Le hacían un poco de daño, y aún no habían tomado la suficiente holgura pese a dejarlos reposar abiertos cuando no los usaba. Se rascó distraídamente la nuca, y parpadeó lentamente, con cansancio.

La dulce música inundaba su mente, mientras instrumentos de cuerda se paseaban por doquier, resonando alegremente y sin freno en la oscuridad del pensamiento. Cerró los ojos un momento más, recreándose con la sonoridad que se acercaba. Inspira. Expira. Vuelve a abrir los ojos, y mira lentamente por la ventana. Hay nubes en un cenizo cielo, que proporciona una luz uniforme y tenue. Se respira olor a humedad con tan solo desearlo levemente, pero no caen gotas de lluvia. Hace un día agradable para salir. El firmamento no está regido por la castigadora presencia del astro rey. Los cielos no claman su atención con tórridos llantos descontrolados. Es un día muy agradable para salir.

Sin embargo, se limita a cerrar lentamente la ventana. La persiana va restando poco a poco la luz de la habitación, hasta dejar en semipenumbra su interior. Hoy tampoco saldrá. Hace un par de semanas que permanece entre muros blanquecinos, entre suelos de losa. Rebusca una película con cierta determinación. Sonríe al recordar gratos momentos en su compañía. Los recuerdos tiran de una parte de él, y no puede evitar visionarla, aunque sea a cortos fragmentos. Unos fragmentos que, cada vez, se tornan más y más largos. Sonrisas y llantos se van alternando, hasta que termina de forma irremediable.

Hoy tampoco ha salido. Un día más para su período de fingido autismo, de escisión con el mundo que le rodea. Su mente le pide clausura. Su cuerpo se suma al clamor de su compañera, un poco por pereza, otro tanto por cansancio. Al final ambas ganan otra batalla.

Y hoy llegan palabras de muy lejos para él, escritas de puño y letra. Sonríe, porque no puede hacer otra cosa. Porque no puede evitarlo. Porque no quiere evitarlo. Las lee con lentitud, degustando cada palabra, saboreando cada frase. Una frase cruza los fragmentos de los espejos y máscaras antaño destruídos. Por un momento, su corazón duda. Pero sólo es un momento, porque sabe que estas palabras no son mentiras. Y mentalmente las responde para sí mismo: «Yo también os echo de menos».

Mañana, se promete a sí mismo, aunque el cielo llore con fuerza desgarradora a pleno pulmón, mañana saldrá a pasear, aunque tenga que arrastrar a su soledad.