Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

domingo, 14 de janeiro de 2007

Recuerda y olvida

Caminaba por una calle, por una acera. Baldosas rojas y blancas se alternaban bajo mis pies. Era una mañana como otra cualquiera, y había salido a pasear. Pasaban las once, y el sol se mostraba con bastante valentía en el firmamento, azulado. El frío quedaba relegado a las zonas de umbría, y el calor y la helada convivían apaciblemente en el exterior.

El ruido de algún coche resonaba de vez en cuando por la calle. Una baranda, un muro enrejado, recubierto de pinos o plantas similares, quedaba a la izquierda mientras pasaba. Voces de querubines se hacían oír cada vez con mayor intensidad, a cada paso que daba. Mientras me acercaba al patio, en la hora del recreo. Pequeñas criaturas vestidas de uniforme gris o granate, con falda o pantalones, gritando y aullando en el pavimento de cemento, correteando detrás de una pelota, o entre ellos. Sigo caminando por la acera, la verja se convierte en entrada, y nuevamente en verja. Ahora deja ver un circuito de educación vial. Ahora los querubines son aún más pequeños, vestidos de azul o rosa, como un jardín de infancia. Pero no tienen clase, están en los columpios improvisados con mucha predeterminación.

Algo me hace observar una pequeña escena, de tres pequeñas criaturas ataviadas de azul en un pequeño columpio. Tiene cuatro asientos burdos, encima de un círculo, sujeto por un rígido muelle que se balancea levemente. Las criaturas se sientan en las sillas y el desequilibrio del muelle hace que se meza para distintos lados. Los asientos están dispuestos dos a dos, enfrentados, como puntos cardinales. Y entonces todo sucede. Dos querubines apostados en el norte y en el sur, fijados con determinación en los asientos, y un tercero intentado subir torpemente al oeste. Tras unos instantes lo consigue, y todo comienza. El querubín sureño empieza a empujarle como puede, intentando echarlo de allí. Le presta más atención a expulsar al intruso que a disfrutar del columpio. Y no desiste de su empeño hasta conseguirlo. El intruso cae del columpio, y se aleja de la escena, mirando alrededor al resto de querubines de colores, intentando encontrar algún hueco donde entrar. La verja se convierte en muro de ladrillo, seco, amarillento. Ventanas, ladrillo, muro, calle, otro muro. La calle sigue, mi acera también, y yo con ella. Los recuerdos vienen.

¡Qué bonito es olvidar cuando sabes lo que has olvidado! Quizás alguien compasivo me dio a elegir hace tiempo. Quizás elegí olvidar, y olvidé que elegí. Sea como fuere, me alegra no recordar. ¡Qué bonito es olvidar y volver a empezar!





2 Comments:

At 12:02 da tarde, janeiro 15, 2007, Blogger Miauz said...

Los niños pueden ser muy crueles. Sobretodo los más pequeños, que todavía no son totalmente conscientes de sus acciones y no tienen el control necesario para limitar las consecuencias.

No hay que olvidar el pasado, hay que asumirlo y superarlo, aprender de él para intentar seguir avanzando :)

 
At 11:17 da tarde, janeiro 15, 2007, Anonymous Anónimo said...

sabes que es lo bueno de todo aquello? que pertenece al pasado, son sólo recuerdos, malos recuerdos, ningún niño volverá a empujarte del columpio, ni a tirarte trozos de goma, ni a pincharte con el lápiz, podrán atacarte verbalmente pero a ti ya te sobran palabras para defenderte.

 

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