Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

sexta-feira, 19 de setembro de 2008

Recuerdos futuros

Y ahora, cuando el trébol pierde una hoja más, recuerdas con dolor que juraste que no volvería a ocurrir. Y esta vez no es diferente de aquella que no es tan lejana. El rocío cae como lágrimas de agua sobre la tierra desde tu pequeña altura, igual que aquella triste noche hicieran sobre frías losas de piedra. Los delgados tallos tiemblan a la luz de una luna casi llena, pero dista mucho de hacer frío. Sin fuerzas para alzar la mirada hacia la cara iluminada del cielo, las solitarias hojas que restan se apocopan temerosas de ser las siguientes, aunque las acaricies intentando tranquilizarlas con voz suave y miradas de esperanza, pero es inútil; han visto caer a sus hermanas una a una, y no fuiste capaz de salvarlas, como prometiste todas y cada una de las veces pasadas.

De pie, frente a él, no puedes más que agachar la cabeza. Sabes que es tu culpa lo que ocurre. Sabes que nunca debió de pasar. Te avergüenza alzar la mirada hacia sus hojas. Es un peso demasiado grande para poder superarlo. Caes de rodillas, como si aliviara la carga. Y, sin hojas, tú también dejas caer gotas de rocío sobre el suelo. ¿Para qué? No arreglará nada. No devolverá las hojas que cayeron. Sus trazos hace tiempo que forman corazones rotos. Pero lloras, y no puedes evitarlo. Hundes la cabeza entre las rodillas, mientras un sombrío silencio se apodera del momento.

Sin más dedos que el pulgar, arrodillado en tierra, sollozante, comienzas a pensar por qué dejaste de ser trébol, por qué no conseguiste ser urraca. Echas de menos tus raíces, sigues añorando el plumaje multicolor. Echas de menos tus hojas de rocío y escarcha, tus plumones deshilachados y revueltos. Las formas de corazones, los ojos de azabache. Pero ahora estás atrapado ahí, contemplando el dolor que ha causado tu indeterminación, tu miedo.

Cuando aprendes a vivir jugando, acabas jugando a vivir. Nadie te dijo jamás eso, pero ahora que lo has descubierto significa que es demasiado tarde. Llevas en un juego en el que nadie te explicó las reglas demasiado tiempo. Has hecho tantas cosas mal que tendrías que volver a empezar la partida para enmendarlas. Pero, para ello, tendrías que volver a nacer, volver a morir. No es un problema.

Levantas un pie de tierra, con la determinación de quien nada pierde haciendo todo. Caminas hacia el olvido del mundo, un camino que, en tu infancia, recorriste muchas veces, aunque tengas últimamente algo olvidado. Llegas al jardín. Una verja desvencijada recorre su extenso perímetro. Caminas hacia el arco del pórtico de entrada, pero no puedes moverte. Entre tus pies, raíces del trébol al que has mutilado con tus errores se agarran a tus tobillos. Caes a tierra, trabado. Un aleteo se escucha cerca de la tierra. Alzas la mirada, y una urraca te contempla posada en el suelo. Sus inquisidores ojos negros leen tu mente, tu alma, incluso tu corazón si no hubiera dejado de existir con cada hoja que perdiste. Aún te quedan dos hojas, y ya sientes otra vez las raíces que te unen a tu tierra. Sientes el rocío deslizarse por tus copas. Miras otra vez hacia los lados. Estás en tu prado. Las flores y plantas en derredor te contemplan con cierta alegría, quizás verdadera, quizás fingida. Pero tu rosa, aquella que ardió hace mucho, te mira como siempre lo hizo. En el vacío de tu tallo resuena una sensación en voz alta.

— Bienvenido a casa, Trébol.


sábado, 13 de setembro de 2008

Cuando a los horóscopos les da por acertar



A veces, hasta asusta. Pero no es más que entropía diferencial.


domingo, 7 de setembro de 2008

XXVII