Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

segunda-feira, 23 de novembro de 2009

Recuerdos

El cielo está encapotado. Un espeso manto gris cubre la bóveda celeste, y el viento dibuja extrañas figuras con el humo cenizo. Desde lo alto de un monte contemplo el pequeño prado que se extiende ante mis vidriosos y humedecidos ojos. Aprieto con fuerza la varonil y áspera mano que sujeta con firmeza mi pequeña mano de niña. El roce cálido de su piel me hace sentir protegida, segura. Una pequeña cabaña de madera y paja arde con tímida devastación ahí abajo, escupiendo delicadamente pequeños hilos azabaches de humo, que baila al son que marca la brisa gélida y cortante. Cierro los ojos y dejo que el caprichoso viento enjugue las gotas saladas que resbalan por mis mejillas enrojecidas. Tengo los ojos cerrados, y sigo viendo el fuego consumiendo los tablones de la cabaña. Siento la calidez de unos dedos recorriendo mi mejilla, arrastrando consigo el rocío de mis ojos y la desazón que arde en mi espíritu.

Humo, ceniza, fuego. Ése es el único sueño en toda mi vida que he sido capaz de recordar tras despuntar el alba. Aún tengo ese sueño durante las frías noches de invierno, cuando el aullar del viento susurra palabras a mi oído, con voces conocidas que nunca más volveré a escuchar en la tierra de los vivos.