Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

segunda-feira, 24 de julho de 2006

II Congreso Internacional de Música de Cine

Cuatro días, multitud de sentimientos. Cuatro días bastante inolvidables. Mucha gente interesante, mucha gente amable, mucha gente que son genios de la música. Muchas razones para ir, más aún para volver otro año.

No hablaré sobre música aquí. La música de cine no es lo mío, la música tampoco es lo mío, por mucho que lo intente. Aquí hablaré un poco de todo. Impresiones y, quizás, anécdotas. Si queréis oír cosas sobre música, no dejéis que os las cuenten: id al congreso, merece la pena. Hablaré sobre alguna gente y, que de algunos hable más que de otros, no implica necesariamente que esos me hayan gustado más, como comprobaréis rápidamente. Hay gente de la que diré poco, y de los que me encantó su intervención, en términos generales.

♣ John Frizzell. Crackman. No puedo comenzar a hablar sobre este evento sin hablar de este gran hombre. Un nombre del que jamás había oído hablar antes. Un hombre al que, posiblemente, no volveré a olvidar. Puedo resumir la experiencia de haberle conocido con una frase que dije inocentemente estos días: «CDs no le compraría ni uno, pero camisetas... todas las que quieras». No nos engañemos. No he oído gran cosa de lo que ha hecho, y lo poco que he oído no me parece malo. Al menos no tan malo como al resto de la gente, que sí que entiende de música. Cierto es que, en principio, no tiene nada que se haga inolvidable, como otros sí tienen. Pero existe «Gods & Generals», que incluye una uilleann pipe, y con eso casi que me basta a mí, y más cuando hoy he mirado el DVD que regalaron sobre el congreso del año pasado, y justo cuando habla de esta obra recalca que «le había gustado mucho colaborar con The Chieftains y su líder, Paddy Moloney». Con eso está todo dicho, en mi opinión. Pero todo esto es sobre su música, y dije que no iba a hablar aquí de música, así que hablemos de las camisetas. No, no vendía camisetas, era una metáfora. Uno se compra camisetas de la gente que admira, normalmente. No hay que olvidar que los compositores son personas ante todo. John Frizzell no es sólo una persona, es una grandísima persona. Es una de esas personas que harían que el mundo fuera un lugar mejor si hubiera más como él. Ha sido el alma humana del congreso, sin duda alguna. Modesto y humilde, dedicado y simpático, incansable y divertido. Da igual cuántas horas llevara sin dormir, siempre estaba disponible para echar unas risas o hablar con la gente. Me alegra haberle conocido, me alegra que haya sido el presidente de esta edición, y me alegra que vaya a asistir a la siguiente edición del congreso: sin él, nada sería lo mismo.


♣ Carol Goldsmith. La diva. Cher. Aquella que estaba allí de maceta. Aquella a la que se le aplaudía de forma obligada. Aquella que no tuvo amabilidad ni tacto para la gente. Aquella que nos regaló tema de conversación durante horas y horas. Empezaré agradeciéndole su esfuerzo de leer en español e inglés su discurso. Para alguien como ella, debió suponer un derroche de dedicación y de interés. Por eso, gracias. No puedo, sin embargo, agradecerle sus cortes bruscos a preguntas que no quería responder o incluso oír, dándole la espalda al espectador que la realizaba, contestándole de forma brusca y con marcado acento: «comprendo, siguiente pregunta», mientras le daba la espalda a su, hasta entonces, interlocutor, con un gesto mecánico que se percibía ampliamente entrenado y realizado. Tampoco puedo defender que tengan que traerle una silla de «lujo» en lugar de sentarse en una como la del resto. Ciertamente las sillas eran harto incómodas, pero a todos nos dolía el culo de estar sentados en ellas; claro está, que nosotros no tenemos culos operados: nuestra economía no se resiente por estar sentados horas así. Y, junto al tema de la silla, diré que nosotros también pasábamos calor: también nos hubiera gustado un ventilador para nosotros solos. Por otra parte, he de agradecer que, sin saber lo que posteriormente ocurriría, nos acompañara intentando monopolizar el «Paseo Nocturno desenfadado por el casco antiguo de Úbeda»: será otra cosa que tardaré mucho en olvidar. Mis palabras nunca serán suficientes para capturar aquellos momentos que nos otorgó, pero lo intentaré.
De momento, comenzaré explicando un poco la situación. Bajábamos nosotros por las calles que nos conducirían al mirador, acompañados de nuestra maravillosa guía, integrante de la organización, y los siempre trabajadores traductores e intérpretes, para atender a los no hispanoparlantes: todo un detalle. Bien, como decía, bajábamos desenfadadamente por una de las calles cuando nos topamos inesperadamente con John Frizzell et al., inclusive la diva, tomando unos helados por allí. Tras una breve conversación, deciden unirse a nuestro periplo. En ese momento comienzan nuestras dudas. Vemos a la diva como disminuída por la oscuridad reinante. Todos juraríamos que, en la mañana, era más alta. Ahora todos compartimos la sensación de estar ante una niña de ocho años, y sentimos la imperiosa necesidad de preguntarle dónde estaban sus papás. Sin embargo, no se ha desprendido aún de su traje tuti-fruti. La ausencia de sol evita la necesidad de gafas oscurecidas para poder mirarla. Y, en ese momento, ya no existe marcha atrás: con un salto cual trasgo de El señor de los Anillos bajando de una columna de Moria y una expresión facial digna del mismísimo gremlin maloso, salta desde el bordillo a la calzada, y comienza a caminar como un pato, o bien como si estuviera bastante escocida, a gusto del consumidor. Y, de aquí en adelante, fue todo cuesta abajo.

Intuyendo que monopolizaría la guía, caminamos resignados tras la guía, a varios metros, para no estar demasiado cerca de la diva. Al poco rato, se detiene ante un edificio que convierte la acera en un pasillo cubierto, bordeado por columnas. No debe de haber este tipo de construcciones por su tierra, y presta se detiene a su lado, y le pregunta a la guía que qué construcción es aquella. Inconscientemente, unas sonrisas se dibujan en el resto de los que allí observábamos. Alguien no pudo contener lo que todos pensábamos, y exclamó desde una fila posterior: «El banco Banesto». Las sonrisas se convirtieron en pequeñas risas, y la primera bola de nieve comenzaba a rodar montaña abajo en nuestros corazones. Poco después llegamos a un cruce. Una fachada algo estropeada era la carta de presentación de un edificio. Debió de parecerle extraño que no tuviera una fachada moderna y en perfecto estado, y quiso saber cuán luengo tiempo hacía que estas antañas construcciones presentaban el aspecto siniestro, esperanzada quizás de oír una historia digna de un libro de relatos de leyenda. Esta vez, todos permanecimos impasibles. Todos menos la gente de Úbeda, que comenzó a sonreír. Nuevamente, alguien no pudo aguantar más, y exclamó desde un fondo difuminado: «Dos años». La bola de nieve siguió rodando colina abajo, creciendo poco a poco en su descenso infrenable. La diva continuó caminando, y nuestra encantadora guía continuó su accidentado periplo hasta una plaza con una historia interesante. Mientras el traductor hacía lo propio para el deleite de aquellos que no hablaban cristiano, nuestra encantadora guía explicaba el cambio de nombre que había recibido la plaza, pasando del nombre de un general de la guerra civil española a otro nombre menos sujeto a polémicas. La diva asentía todo el rato con la cabeza, indicando su enorme interés en el tema. Su afán de conocer a fondo la historia le incitó a realizar unas preguntas sobre el tema. Mirando con sumo interés a la encantadora guía, con el resto como silencioso y expectante público, exclamó: «¡Oh, comprendo!. La guerra... ¿España contra qué país?». Miradas de complicidad aparecieron entre la silenciosa multitud, mientras la bola de nieve crecía más y más en nuestro interior. No pude evitar con cierta ironía comentar en voz baja a la gente que tenía al rededor cosas sobre qué parte de «civil» no entendía nuestra diva, pues tanto en español como en inglés tengo certeza de que su significado aplicado en una guerra es bastante claro. Una voz volvió a captar toda nuestra atención: «Fue una guerra civil, entre españoles», intentaba hacerle comprender el pobre traductor, y parece que lo consiguió... más o menos: «¡Oh!, árabes». La bola de nieve chocó contra algo, y explotó en mil pedazos en nuestro interior, salpicando fuera de nosotros, en forma de carcajadas descomunales que no se podían controlar. El traductor, sin embargo, poseía una capacidad de autocontrol impresionante. A saber lo que habría tenido que oír en las últimas horas. Seguro que estaba curado de espanto. «No, no. La guerra civil fue hace unos sesenta años», seguía intentando aclarar el traductor, pero ya todo daba igual: la nieve nos rodeaba a todos, y no se derritiría fácilmente después de aquello. «Oh, comprendo», volvió a decir ella, como si nos lo fuéramos a creer a esas alturas.

A partir de ahí el paseo fue más tranquilo si obviamos todos los comentarios y frases con acento inglés simulado que componía uno de nuestros asturianos, con tal tino y acierto que las carcajadas generalizadas resonaban de madrugada por las calles, a escasos metros de la diva. En un cruce a los pocos minutos, ocurrió algo extraño, pero nada sorprendente: por ciertas... casualidades, la diva, John Frizzell y un par de representantes de la organización van a ver un jardín antiguo, y tras un amago de intento por nuestra parte de acompañar a ver tal maravilla de la arquitectura y botánica, nos hace saber el traductor que quieren ir ellos solos. Así pues, continuamos nuestro camino en solitario, tal y como lo comenzamos. Comparto el dudoso honor de ser el colaborador de haber echado a la diva del paseo desenfadado. Si hay alguna otra ocasión parecida, me esforzaré más. No puedo acabar este breve relato sobre un fragmento del paseo sin pedirle sinceras disculpas a nuestra maravillosa guía, tanto por las situaciones narradas como por las que la sucedieron, que fueron responsabilidad mía y que posiblemente le molestaran. Aunque no sirva como excusa, debo decir que nunca fue con mala intención, y sólo fue para entretener a todos un rato.

Por cierto, me refiero a ella como «nuestra encantadora guía» porque no llegué a saber su nombre. Si alguien me lo facilita, lo anotaré aquí. Ah, y ya puestos... tampoco tengo su número de teléfono ni una foto para que la gente vea por qué uso el término «encantadora», así que si alguien quiere colaborar...


♣ Mateo Pascual y Óscar Araujo. Debo decir que me gustó su charla. No es que fueran los más espectaculares, pero sí que fueron bastantes amenos. Mateo habló más generalmente, pero me pareció muy adecuada su introducción al desarrollo completo de un videojuego, ya que hay que recordar que había muchísima gente en la sala que no sabía ni cómo funciona un videojuego. Luego prosiguió explicando cómo ajustaba su trabajo (sonido y música) al juego en sí, y qué diferencias básicas tenía con respecto al trabajo en la animación. Además, era una persona muy encantadora. Óscar habló un poco sobre su pasado previo, como compositor de la música de «Así me gusta a mí» de Chimo Bayo, entre otras cosas. Es increíble la evolución que pueden tener algunas personas. Tenía un poder de oratoria más poderoso que Mateo, y es que la experiencia pesa. En general, una estupenda aportación y un punto de vista bastante interesante.


♣ Fernando Lázaro. El pianista. Ese hombre de aspecto serio, pero que parecía bastante amable tras esa fachada. Aquél que nos regaló una adaptación de temas de Goldsmith a piano. Me pareció una buena persona. Era un buen pianista, y un compositor muy novato, recién adentrado en el mundo, pero con mucha ilusión y ganas de trabajar. Tuvo que soportar una pregunta formulada sin educación, que rezaba algo así como: «No te ofendas, pero la primera canción que has puesto me parece una mierda comparada con la de piano [...]». Es lo que tiene la falta de educación, mezclada con hacer preguntas sin haber atendido a la charla que daba el autor.


♣ Xavier Capellas. Una buena idea su exposición, una realización un tanto pobre. Si fuera un poquito más amigo de las buenas tecnologías y hubiera tenido un poco más de tiempo para dedicarlo a la preparación, podría haber mejorado muchísimo su exposición. Hoy en día ya no se estila estar dándole hacia delante y hacia detrás a una cinta VHS buscando una escena concreta. Hoy día se graba en un video en el ordenador, y se reproduce el que se desea en el momento justo. También diré que se veía una persona tímida, y que quizás no sabía muy bien cómo dirigirse ante una audiencia. Al fin y al cabo él es un compositor, no un portavoz. Lo importante es que sepa hablar con su música.


♣ Diego Navarro. O aquél que quiso componer la BSO de «El Captián Alatriste». Admirable su tenacidad para remover cielo y tierra para formar un estudio orquestal en Canarias. Gente que tome este tipo de iniciativas hace falta en este país, eso seguro. Sólo diré que todo el mundo con el que hablé sobre la obra en la que trabajó, titulada «Puerta del Tiempo», coincidimos en dos cosas: el dibujo y la animación eran terribles, y la música que les acompañaba distaba mucho de estar acorde con la imagen, siendo un claro reflejo de que estaba compuesta como intento de obtener el trabajo en el capitán más que para acompañar a los viajeros de las épocas, con lo bueno y malo que ello conlleva.


♣ John Debney. O el presidente del congreso para el año que viene. De aspecto serio, es una persona bastante sencilla y muy amable. Se portó fenomenalmente con la gente, en todos los sentidos. Su charla fue interesante, nos demostró que sabe imitar a Mel Gibson muy convincentemente, y nos reveló un secreto que se supone que, hasta entonces, nadie conocía: él canta en la banda sonora de «La Pasión de Cristo». Será un placer que sea el presidente el año que viene. Fue estupendo que aceptara bajo la condición de que John Frizzell como Basil Poledouris también volvieran a acudir. Tres reyes de nuevo en el congreso, no se puede pedir más.


♣ John Ottman. Sólo diré que fue el que más decepcionó a la mayoría de la gente. Muy altivo, poca dedicación, no se preparó siquiera su exposición, y se marchó el primero, justo después del concierto. Concierto que, por su parte, fue lo más soso que hubo, y menos perdonable teniendo en cuenta que posee piezas muy buenas que a la gente le hubiera gustado oír.


♣ Basil Poledouris. El genio. El hombre por el que fui. Aquél que no supo lo que iba a encontrar. Aquél que no era consciente de adónde iba. Inició el congreso con cara entristecida, seguramente pensando erroneamente que había sido invitado para simbolizar el comienzo del resto de compositores invitados. Como un tótem olvidado, que representa algo que ya no existe. Eso debió ser lo que se le pasaba por la cabeza. Me gustaría pensar que, entre todos, conseguimos destruir aquél tótem y devolver el espíritu del dios al que representaba. Todo el mundo estaba excitado con Basil, y él no daba crédito. Todo el mundo quería su autógrafo en sus obras, en las camisetas, fotos con él. Era el eje central musicológico del evento: era el congreso de Basil. La mayoría de la gente fuimos especialmente por él. Poco a poco, fue viendo el panorama. Y llegó el gran día, como el que no quiere la cosa: el concierto. Vestido de ninja-pirata en pijama, en lo alto del escenario, radiante, sublime. La orquesta no fue perfecta, pero a todos nos daba igual: jamás habrá otra cosa mejor en el mundo. Aquél concierto no fue únicamente el sonido. Normalmente ningún concierto es únicamente el sonido, pero éste en concreto era mucho más especial que los demás. Oír una suite de Conan mientras veías a Basil enérgico, generando la música, tejiendo los hilos musicales entre su cuerpo, como energías invisibles a los ojos. Llevaba la indumentaria más apropiada. Él era, en cierta forma, la Imagen Gráfica de la música: de manera similar que la Banda Sonora acompaña y potencia a una imagen, él potenciaba aquellos sonidos. Estaba tejiendo la red de una magia maravillosa de la que todos bebimos, y que nos cambió en aquél preciso momento para siempre.
Pero, por fortuna, eso fue en sábado, y el congreso también continuaba el domingo. Y el domingo también era el día de Basil, era nuestro día. Una mesa redonda maravillosa entre la tríada anterior, que dio paso a una charla de Basil que pertenecía a otro mundo. Como un cuentacuentos desenmaraña los nudos de una historia mientras teje las emociones, así actuó Basil. Como una madre que arropa con suavidad a su hijo, mostrando todo el cariño y la confianza que puede, así habló Basil. Usando el piano que había para hablar por él cuando un sonido valía más que mil palabras, así obró Basil. Allí, en aquellas circunstancias, allí se confesó Basil a sí mismo, ante todos nosotros. Allí reconoció que nunca hasta el concierto había sabido captar toda la grandeza de su obra. Allí, con lágrimas asomándose a su garganta, allí nos hizo partícipes de sus declaraciones personales sobre su espíritu, sobre cómo había vuelto a reencontrarse con su parte olvidada hace años, en estos pocos días. Comparto con el resto de presentes el pequeño orgullo de haber hecho llorar a Basil de emoción. Esta vez siento no compartir dicho privilegio con aún más gente.


No puedo concluir este texto sin hacer una referencia a toda aquella gente que compartió estos maravillosos días conmigo, y a la gente que lo hizo posible. Un saludo especial a las dos simpáticas y amables azafatas que perdieron su tiempo conmigo, aliviando mi espera, y agradecerle a una de ellas el decir que yo le parecía un chico muy simpático.


P.D.:
Cuando tenga algunas fotos, acompañaré el texto con imágenes o, al menos, pondré las fotos accesibles desde aquí con un enlace.


domingo, 16 de julho de 2006

The Chieftains

Ayer fue el gran día. Después de ayer, ya puedo decir que mi vida ha merecido la pena. El mero hecho de aplaudirles hace que tu vida haya merecido la pena. ¿Qué se puede decir de ellos que la gente no sepa ya?

Empezaré diciendo quiénes fueron los protagonistas de la noche, aunque a muchos no os haga falta. Paddy Moloney, Seán Keane, Matt Molloy, Triona Marshall, Jeffrey McLamon, Jon Pilatzke, Cara Butler, Ivonne McMahon y Nathan Pilatzke encandilaron al público una canción sí otra también, con su brillante actuación, y su cordial y cercano trato para con el público. Sin menospreciar al resto, sólo con los tres primeros merecía la pena asistir. Como ya sabíamos, me encantó. Tanto por la parte sonora como por los frenéticos step-dance que tuvieron la fiereza de realizar en trío, de principio a fin fue soberbio. Ya se sabe lo que dicen los irlandeses sobre la música: «oír música sin que se baile es como ir al cine con los ojos cerrados». Y ayer lo demostraron, y con creces.

Aunque todos los momentos fueron estelares, destacaré unos cuántos que, para mí en especial, fueron algo más que momentos. He de confesar inicialmente que, desde siempre, he sentido especial predilección por las canciones lentas y emotivas, aunque un buen reel no se menosprecie jamás.

Cuando tu alma se cae al suelo. O escuchar a Paddy Moloney tocar Mna na hÉireann acompañado por Triona Marshall. Era un tributo a Micheal Ó Domhnaill, fallecido días atrás. Si alguien te asegurara que, desde donde estuvieras al morir, serías capaz de oírlo, desearía haber sido el difunto Micheal en ese justo momento. He de confesar también que es una de mis canciones favoritas desde siempre, y espero que siempre lo sea. Si queréis poner una música en mi velatorio, ya sabéis cuál debe de ser. Y si la ponéis con voz y letra, que sea en gaélico.

Cuatrocientos años ha. O escuchar a Triona Marshall arrancar de su harpa las notas que otrora arrancó O'Carolan de su mente: O'Carolan Concerto. Dejabas de estar allí, y te trasladabas a algún lugar de tu mente, donde te gustaría permanecer para siempre.

Pies danzantes. O intentar ver los pies de Jon Pilatzke, Cara Butler y Nathan Pilatzke luchando entre sí para ver quién hacía el mejor step-dance, y al unísono. Digno del mismo Riverdance, pero necesitando únicamente tres personas y ningún traje hortera. Sobra decir que Cara enamoró a todos con su encanto, su sonrisa, su simpatía, y sus... ehm, saltos, sí eso: sus saltos.

Momento curioso: ver tocar a Jon su violín sentado mientras zapateaba al mismo tiempo, viendo cómo unas cuántas cerdas del arco se movían libres al viento, cual cabellera viviente, brillando en cada movimiento del arco.

Momento gracioso: oír la autopresentación de Paddy Moloney diciendo «I'm from Dublin, the best city in the world». No se queda atrás la interpretación de «A Rianxeira», contando con la voz (y presencia) de Ivonne McMahon.

Momento divertido: oír a Paddy Moloney simulando al whistle un teléfono móvil a fin de hacer que Seán Keane dejara de tocar su solo del final, tras varios gestos indicativos para que se detuviera de una vez, todo en tono jocoso.

No hay que olvidar la presencia final de cuatro gaiteros de tradición gallega, acompañando la conclusión del espectáculo. Para aquellos que le dan importancia a estas cosas diré que, afortunadamente, no llevaban gaitas marciales. Para conclusión final (y real) del espectáculo, se despidieron con «Danzas Macabras», invitando a todo el mundo a unirse al baile.

Me habría gustado que lo hubieses visto.


quinta-feira, 13 de julho de 2006

Yo, neurótico

Tras una conversación muy interesante sobre el tipo de personalidad dependiente y los síntomas que conlleva, he buscado brevemente material relacionado, y he encontrado algo también muy interesante. Es un artículo de una profesora de la UCLM, la doctora Miriam Hume Figueroa. El título del artículo es «Inteligencia, neurosis y conducta suicida». Para aquella gente con sentido común, he generado una versión en PDF del mismo.

Antes de nada, he de aclarar que aparecen referencias y términos sobre gente bien dotada intelectualmente, cosa que no me considero pero que, para ser fiel al artículo que cito, no cambiaré. En esta ocasión, fidelidad puede usarse como sinónimo de vagancia, y como tal permite una mala redacción y un uso cuasi arbitrario de las reglas de puntuación en los fragmentos citados, pero yo no soy responsable de ello. Una vez aclarado, comencemos. Primero, la definición sobre lo que vamos a tratar, para centrarnos en el tema que estamos tratando:
«El concepto neurosis es genérico y depende de la óptica con que se enfoque. La neurosis se ha considerado una enfermedad psíquica y ha sido definida como inestabilidad emocional producida por un conflicto en la que se manifiestan una serie de síntomas psíquicos y emocionales que entorpecen la actividad del individuo, aunque no existen alteraciones relevantes del pensamiento, de la percepción y del sentido de la realidad.»


A continuación, voy a citar unos fragmentos que me han parecido especialmente interesantes, poniendo una breve anotación debajo de cada uno.

«En la mayoría de las personas podemos observar dos carac­terísticas típicas del neurótico: una es el abismo existente entre las potencialidades del individuo y sus realizaciones; y otra es el comportamiento esquematizado, estereotipado, rígi­do, que le lleva a repetir los mismos roles una y otra vez sin tener en cuenta que el ambiente es cambiante y la persona también.»
¡Oh, el eterno dilema!

«Los individuos están constantemente expuestos a la deci­sión, a tomar opciones respecto a aspectos centrales de su existencia. En la dimensión temporal muchas personas viven el presente orientado hacia el pasado, experimentando vivencias, conflictos y relaciones que se reactualizan en vez de vivir el "aquí" y "ahora" y actualizarse y adaptarse a las modificacio­nes del contexto en que vive»
Me suena vagamente familiar...

«El individuo teme ser libre y la libertad es uno de los rasgos más importantes de la existencia que lo conduce a tomar decisiones y a hacerse responsable de éstas, al tener que decidir entre varias posibilidades y evaluar cada una de ellas. Le asusta el compromiso y el riesgo que supone tener que decidir vivir en el presente y ser lo suficientemente flexible para poder asumir nuevas experiencias.»
Y también esto me suena muy familiar...

«[...]el individuo con un perfeccionismo enfermizo, neurótico, persigue elevadas metas no realistas y siente por tanto que sus esfuerzos nunca son suficientes. Desarrolla una personalidad caracterizada por una conducta obsesiva compulsiva. Es muy exigente consigo mismo y no se perdona cometer fallos. Sufre porque no consigue alcanzar sus metas y se deprime cuando no logra que las cosas le salgan de forma perfecta. Ha introyectado el mandato “debería ser perfecto”, que inculcado por padres y profesores y en menor medida por el grupo de pares, puede llegar a transformarse en una persecución obsesiva y neurótica de la perfección.»
Sí, ese soy yo... ¿o debería decir que así me hicieron a mí?

«No es sólo el hecho de que el alumno bien dotado persiga metas inalcanzables lo que lo puede llevar a padecer algún trastorno, sino la constatación de que sus altas habilidades intelectuales, a veces no van acompañadas de un desarrollo emocional y social igualmente elevado. Podríamos decir que su desarrollo no es parejo y que en un momento dado puede haber desarrollado más recursos intelectuales que personales, por lo que no puede hacer frente exitosamente a los objetivos que se ha planteado ni soportar la frustración por no lograrlos.»
Totalmente cierto, me temo.

«[...]el estado mental del suicida está caracterizado por la desesperanza, bajo autoconcepto y deteriorada autoestima, baja expectativas de autoeficacia, depresión, falta de motivación y razón para vivir, estrés, acontecimientos vitales y carencia de estrategias de afrontamiento, soledad, e instrumentalización del suicidio como medio para resolver los problemas que le afectan. De entre todas estas características es la depresión, según unos, y la desesperanza, según otros, el aspecto que mejor predice el proceso de ideación suicida.»
También hablé fugazmente de depresión con anterioridad.


Acabada la lectura parcial de este artículo, mi conclusión se encuentra en el título de este mensaje.


sábado, 8 de julho de 2006

Aprendiendo a escribir

Escribir. ¡Qué bonito es poder expresar con palabras una idea! Mi estimado Óscar Wilde dijo:
«No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.»
Así dicho, no parece gran cosa. Pero no es tan sencillo. Las cosas importantes siempre tienen un «pero», es curioso. Es como si las cosas importantes no puedieran ser fáciles. Supongo que, si fueran sencillas de hacer, todo el mundo haría cosas importantes, y dejarían de serlo. El principal problema es el «decirlo»: decir algo de forma que la otra persona lo entienda. He ahí mi problema.

Expresar. Hay ideas que son complejas, profundas, extraídas de las entrañas del alma, y necesitan compartirse con alguien. ¿Se necesita que las palabras empleadas para ello sean también complejas y enrevesadas? ¿Sería mejor expresar ideas complejas con sencillas palabras? Quien no es capaz de expresar cualquier cosa con sencillez, no sabe escribir. Así de claro, así de simple: no sé escribir.

Borrosidad. ¿Por qué necesito decir «me detengo frente a una encrucijada polvorienta, mientras un escalofrío recorre mi castigada espalda al examinar los dos nuevos caminos que se presentan ante mí»? ¿Por qué no puedo decir simplemente «dudo sobre mi futuro, y eso me asusta»? No lo sé. Espera, sí que lo sé: costumbre. Estoy seguro de que yo lo elegí tiempo atrás, lo recuerdo. No recuerdo cuándo fue, simplemente recuerdo que siempre quise mezclar el contenido con el continente, perder las ideas reales entre una maraña de palabras sin aparente relación, ocultar lo que quería decir de quien quería que lo supiera. Así empezó todo, un camino hacia algo que no me ha abandonado aún: mi anfibología. ¿Por qué? No sabría contestar. Defensa ante el rechazo, posiblemente. Ambigüedad: una defensa asegurada. Nunca es lo que parece ser, siempre es lo que parece ser. Todo vale, cualquier interpretación puede ser correcta. Sólo hay que elegir la interpretación acertada en el momento adecuado, y nunca habrá ningún problema. Mentira, siempre habrá un problema: no eres tú el que elige lo que los demás han entendido.

Concisión. Dijo también mi estimado Óscar Wilde:
«Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura. Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve.»
Quiero saber llamarle pala a una pala. Quiero saber decir «lo siento» cuando sea necesario, sin diluir palabras ni sentimientos en una aljarabía de miedo y confusión, como intentando ocultar que lo que realmente quiero decir es justamente eso: «lo siento». Hay palabras que no necesitan adornos ni aderezos. Hay palabras valientes que, solas en el papel, valen más que acompañadas. Quiero que, algún día, mi pluma sea capaz de escribir esas solitarias y sencillas palabras, sin más.


quarta-feira, 5 de julho de 2006

Encrucijadas

Detenido frente a un cruce de caminos, llevando toda mi vida a cuestas en mis espaldas, me siento sobre una piedra, a descansar un momento. Me seco el sudor con la mano, y respiro hondo, expectante hacia lo que aguarda delante. Aunque tuviera un mapa, no importaría. Aunque tuviera señales indicando el destino al que lleva cada sendero, no importaría. Aunque supiera hacia dónde conduce cada camino, no importaría. Me sentaría sobre la misma piedra, dubitativo, intentando aclarar las ideas antes de seguir caminando, como tantas otras veces anteriores. El cruce es nuevo. Nunca había estado antes, pero ya he pasado por muchos otros. Todos son distintos y, al mismo tiempo, son el mismo. Le saludo con la mano, como quien se reencuentra con un viejo amigo al que no esperaba volver a ver. Al menos, no tan pronto. Sé que no es mi amigo, pero él no tiene la culpa, soy yo quien camina por él, y siempre me ha tratado con cierta amabilidad.

Cruce. Hay que elegir para poder continuar. Miro hacia la derecha. Es un camino bonito, tiene frondosa vegetación, y se oye a los pájaros cantar. Un pequeño riachuelo acompaña los trinos, y se dirige en la misma dirección que el caminante, como un acompañante más en el sendero. Es una grata compañía. A lo lejos, se pierde serpenteante colina abajo, difuminándose por el atardecer de los tiempos con la bruma del recuerdo y del olvido. Ahora miro hacia la izquierda. El camino es más ancho y parece más cómodo de transitar. Sube lentamente por una ladera, surcando suavemente sus bordes, rodeado de pequeños helechos que ofrecen su rocío a la tierra. Las nubes acompañan este sendero, hasta que se pierde de la vista, allá por la cima, hacia la insondabilidad de la eternidad y del amanecer de los tiempos. También es un camino hermoso. A mi mente acude el ya lejano recuerdo de mi primer encuentro con un cruce. Aquella vez, no supe elegir entre iguales.

Caminos. Un camino conduce a un lugar. Une un lugar de inicio con un lugar de destino. En este momento, tengo claro el lugar de inicio. Más o menos, también tengo claro el lugar de destino. Lo que parece que jamás tendré claro, es cómo llegar del primero al segundo. Muchos caminos similares se han presentado antes frente a mí. He ido por gran variedad de ellos. Al final, nunca han sido tan distintos. Bien como los helechos ceden su rocío a la tierra, bien como el río salpica su orilla, así he llorado yo. Bien como la bruma oculta el horizonte, bien como las nubes cubren el firmamento, así se ha disipado mi esperanza. Bien como la colina se convirtió en sima, bien como la ladera se transformó en risco, así se ha partido mi alma. Y, al final, todos los caminos tienden a confluir en uno solo. Pero siempre existirá el miedo a encontrar aquél que se aleje de los demás para siempre, y que sea imposible retomar otro de los caminos, si somos conscientes de que la elección nos fue alejando de nuestro destino. Porque hay que recordar que deshacer el camino andado, además de estar prohibido, no es posible.

Aprendiendo. Ahora, sentado en esta roca, medito. Medito sobre todos los cruces que he pasado, sobre todos los caminos por los que he andado hasta llegar aquí. Todo aquello que he vivido mientras caminaba. Hay lugares por los que desearía no haber caminado, pero seguramente si no hubiera ido por ellos, no habría alcanzado aquellos por los que me encantaría volver a caminar. Meditando comprendo que no es tan fácil decir si un camino fue una elección acertada o no.

Iluminación. Sigo meditando y, ahora, de repente, lo comprendo. Me he limitado a elegir entre los caminos que se me presentaban, pero nunca he pensado en tomar mi propio camino. Ningún camino fue como me hubiera gustado, aunque tuviera cosas de las que no pueda prescindir hoy día. Caminar por los caminos establecidos siempre es más sencillo. No hace falta determinación, basta con dejarse llevar. Primero se avanza un pie, luego el otro. Todo es más fácil, menos laborioso. Pero... ¿es un verdadero camino? ¿Puedo decir que es mi camino, o es sencillamente un camino que he tomado? Sigo meditando, intento decidirme: ahora lo tengo claro.

Decisión. Dejo la piedra, y me acerco a la encrucijada de caminos. Este cruce es muy importante en mi vida, soy consciente de ello. Estoy preparado para comenzar un camino inexistente. Tras meditar, lo veo todo más claro. No importa si tomo el de la derecha o el de la izquierda, ninguno sería mi verdadero camino. Miro mis recuerdos, miro lo que me han dado los caminos que no eran el mío: la duda se desvanece por completo. Sonriente, saco una moneda y la lanzo al aire. Ha salido cara. Avanzo por el camino que ha determinado la moneda, mientras la vuelvo a dejar en el bolsillo. Al fin y al cabo, estos caminos son los que me llevaron hasta ti.


domingo, 2 de julho de 2006

El interior del pozo interior

Contempla. Hace frío. No hay nadie a tu alrededor. Miras hacia arriba, y percibes un cielo, que se antoja inalcanzable desde las profundidades del pozo en el que te encuentras. Estás en lo más profundo, tienes miedo, estás cansado de intentar subir. Te sangran las uñas partidas de haber intentado trepar por los muros de tierra y roca. Ni siquiera hay agua. El pozo está seco. Te sientas a esperar. A esperar... ¿el qué? Nada vendrá a buscarte allí. No le has dicho a nadie que estabas allí. No puedes recriminar a nadie que no te haya ayudado, o que vaya ahora a ayudarte. ¿Gritar? Seguramente será inútil, la gente dejó de pasear junto a ti. Seguramente nadie te oirá. Grita, es lo menos que puedes hacer ahora.

Recuerda. ¿Sirve de algo recordar? El cuerpo entero tiembla simplemente de intentarlo. ¿Realmente merece la pena saber si te caíste al pozo o bajaste voluntariamente, quizás engañado por un reflejo dorado en su fondo? Ya da igual. Lo que importa es que estás aquí, en lo más profundo de todo. Debajo de tus pies no hay ningún lugar al que ir. Ya no se puede seguir descendiendo más. Se ha tocado el fondo. Gritas, ahora con más fuerza. Por primera vez eres consciente de lo que supone. Sigues sin recordar por qué estás aquí. Sigues sin recordar cuándo llegaste, cuántos peldaños fuiste bajando sin comprender hacia dónde ibas. Seis... veinte... cien... bajar no costaba ningún trabajo. Hasta parecía agradable, siempre que no miraras hacia arriba, y vieras lo que estabas dejando atrás.

Ayuda. Vuelves a gritar. ¿Por qué? ¿Esperanza? ¿Desesperación? Sabes que no queda ya nadie para ayudarte. A nadie dijiste que comenzabas a bajar por esas escaleras. No puedes esperar que nadie venga en tu ayuda. ¿Lloras? ¿Por qué? ¿No eres feliz con lo que elegiste? Derramas una lágrima. Mi imagen tiembla. Estoy hablando con mi reflejo. Puedo ver el cielo de fondo. Quiero estar allí, otra vez. ¿Por qué me fui?

Voces. Oigo voces. No sé si son en mi interior, no sé si son del lugar que abandoné. No importa, no comprendo lo que dicen. Las siento demasiado lejanas, demasiado extrañas. No las reconozco, y sé de quién son. Me miente una vez más, aunque no le falta razón a sus palabras. Me miento una vez más, fruto de la desolación de mi alma. Miro arriba otra vez, el cielo sigue siendo azul. Es del mismo color que todos los días, cada vez es más hermoso. Cada día se está más oscuro aquí dentro. Quiero salir. Pero no sé cómo hacerlo. Esta vez no grito, ya me he cansado. Esta vez, escucho. Ahora le oigo, comprendo lo que dice. Tengo miedo. Es un nuevo inicio, un cambio. El terror se apodera de mí.

Cambio. Miro hacia arriba. Una sombra se proyecta hacia abajo. Hay alguien arriba, me tiende una mano. He de alcanzarla, está lejos, pero ya nada me importa. Sé que quiero salir, tengo miedo, pero no me detendrá esta vez. No miro abajo al clavar mis uñas en la tierra que me rodea. Duele, pero percibo el olor fresco de la brisa, que surca el cielo libre. Clavo las uñas más fuerte. Duele aún más, pero empieza a gustarme este dolor. Es el dolor hacia mi libertad. Es maravilloso, aunque me haga llorar. Mis pies ya no tocan el suelo, voy ascendiendo lentamente. No sé cuánto he subido, no quiero mirar hacia abajo. Un peldaño. Mis pies encuentran un peldaño en el ascenso. Ahora hay más sombras en lo alto: les tiendo mis brazos. Muchos son desconocidos, pero lo sé todo sobre ellos. Alzo mis brazos hacia arriba con tanta fuerza que siento que los voy a desgarrar. Más dolor, ya nada importa. Siento una cálida mano. La agarro con fuerza, como si no existiera nada más en el mundo: no existe nada más en el mundo, y ahora soy consciente.

Afuera. Estoy arriba, no sé por cuánto tiempo. Sé que no quiero volver, jamás. Pero seguramente no será tan sencillo. Algo me dice que he quedado en regresar, no sé cuántos peldaños bajaré esta vez, pero he de aprovechar hasta entonces. ¿Recordar? No, prefiero simplemente no olvidar. Miro en mi derredor. Pozos. Hay muchos pozos. No oigo gritos desde su interior. Me asomo a uno. Lloro al ver quién hay allí. ¿No eras tú quien me diste tus brazos para salir? Toma ahora los míos, y perdona por no haber venido antes, cuando debiste gritar la primera vez: estuve ocupado gritando por mí, y no supe escucharte.