Carta al más allá
La vida es una mierda. Todos lo pensamos alguna vez. Unos días te levantas con más ánimos que otros. Algunos te levantas cansado, o simplemente destrozado. La vida es una mierda. Tú lo sabes muy bien ahora que nunca más volverás a levantarte. A ti siempre te gustó dormir; ahora tendrás un sueño que durará una eternidad o las que quieras. Siempre te tomastes las cosas con mucha calma, pero parece que Átropos no compartía tu lento quehacer, y se dio prisa en acercar sus afiladas tijeras a tu hilo invisible. El tiempo pasa muy rápido. A veces miras hacia atrás, y te cuesta creer que realmente haya pasado tanto tiempo. Los días se convierten en segundos, y los años en semanas. Sea como fuere, es indudable que Láquesis fue poco generosa con tu hebra. Si miráramos el punto central del hilo de tu destino, seguramente encontraríamos una escena de uno de aquellos veranos cualquiera en los que tú no habías acabado aún el instituto y yo lo tenía recién comenzado, y con mi hermano y unos cuántos más, balón en mano, corríamos y saltábamos canasta a canasta, bajo el agotador sol de julio. Maldita vida, ¡qué breve eres a veces!
Desde esa mitad hacia el final, nuestras hebras no cruzaron demasiado. Son las etapas de cada persona. Para cada uno de nosotros, las moiras nos han trazado en sus madejas unos caminos distintos, que vamos siguiendo poco a poco. No sé si te habías llegado a mudar, como hice yo, o si seguías donde siempre, a dos manzanas de nuestra infancia. Ni siquiera sabíamos que habías enfermado. Yo siempre he sido un niño aislado, nunca me he enterado de las cosas. Así que, cuando hoy me enteré de golpe, la verdad es que no me lo esperaba y me impactó fuertemente. Mi memoria no es gran cosa, pero aún recuerdo la primera vez que nos encontramos. Uno de esos veranos que se repitieron después. En asfalto pintado de rojo, balón en mano, canasta desafiante contra el sol, maltrecha y agrietada. Y tú, con inglés para septiembre, practicando mientras lanzabas: «The ball is in the basket». Recuerdo aquellos partidos hasta el anochecer, recuerdo los campeonatos a los que íbamos, recuerdo haber ido a tu casa, recuerdo muchas cosas que tenía olvidadas en algún cajón de mi mente.
Aunque hacía más de diez años que no nos veíamos, me hubiera gustado saber de ti en otras circunstancias. Ninguno de nosotros sabía nada. Espero que, al menos, eso significara que fue bastante rápido, con esperanza de que no fuera doloroso. Y ahora yo, que siempre pienso y pienso, me pongo a pensar y pensar. La vida es una mierda. Ya que no le pediste gran cosa a la vida, espero que la muerte no te pida tampoco gran cosa. Sería lo justo. La vida no es justa. Quizás la muerte sí. Descansa en paz.