El otro día, tras el
incidente lingüístico acaecído en el Congreso, tuve una discusión con una compañera de trabajo, que acabó en casi un debate entre media planta. Y es que me toca por dos ramas: por feminista y por RAEman.
Como ya sabréis a estas alturas de la película, hace algún tiempo que la sociedad política del país está llevando a cabo una remodelación de los usos y costumbres de nuestro lenguaje, de forma que ignoramos la corrección morfológica de nuestra querida lengua en pos de una explícita mención al género femenino en las frases. En definitiva, que ahora tenemos que hacer como si no supiéramos lo que es un nombre común en cuanto al género, ni las reglas básicas de gramática que nos enseñaron en el cole.
Si esta mujer se dedicara menos a decir lo primero que se le pasa por la cabeza y más a consultar lo que sale por esa boquita, sabría que el
palabro al que hacía referencia dice claramente en su séptima acepción:
miembro.
(Del lat. membrum).
[...]
7. com. Individuo que forma parte de un conjunto, comunidad o cuerpo moral.
Y, si nos vamos encima de la abreviatura «com» que aparece ahí, podremos leer claramente: Nombre común en cuanto al género. ¿Y qué significa eso? Pues ni más ni menos que dicha palabra
no cambia con respecto al género. Vale, pero... ¿y qué significa eso? El propio DRAE nos lo
dice:
~ común en cuanto al género.
1. m. Gram. El que no posee género gramatical determinado y se construye con artículos, adjetivos y pronombres masculinos y femeninos para aludir a personas de sexo masculino y femenino respectivamente; p. ej., el mártir y la mártir; el artista y la artista.
Mención especial merece otro tema. La famosa pelea entre decir «la médico» y «la médica». Pero... ¿por qué «médica»? Si consultamos el diccionario para buscar dicho
palabro vemos que, en su segunda acepción —que es la que nos ocupa— dice:
médico, ca.
(Del lat. medĭcus).
[...]
2. m. y f. Persona legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina.
MORF. U. t. la forma en m. para designar el f.
De nuevo, aparecen una serie de abreviaciones que pasaremos a esclarecer. Como bien se puede intuir, «m. y f.» viene de «nombre masculino y nombre femenino», y la nota morfológica dice claramente «Usada también la forma del masculino para designar el femenino».
Pero no se puede olvidar un detalle, y es que la palabra aparece como «médico, ca», lo que significa que...
efectivamente, existe.
Terminada la polémica desde el punto de vista lingüísta, nos queda un detalle que me dejó helado en la discusión que mantuve. El argumento
social que esgrimía mi compañera para defender desde la ignorancia lingüística la propuesta de esta señora era que
el lenguaje había discriminado durante mucho tiempo a la mujer al prescindir de ella en la escritura. Como dice un compa de trabajo,
cágate lorito. O sea, que si hacemos un uso correcto del lenguaje, somos machista. Y eso es así y punto. Porque claro, está definido que el plural masculino hará referencia a un grupo de sujetos de género mixto o masculino, mientras que el plural femenino está reservado para un conjunto exclusivo de mujeres. Es decir, si yo digo «los estudiantes de humanidades», desde un punto de vista correcto lingüísticamente me refiero tanto a los hombres como a las mujeres, salvo que quiera reseñar que sólo me refiero a estas últimas, con lo que habría empleado «las estudiantes de humanidades». Pero no, ahora resulta que tengo que decir «los estudiantes y las estudiantes de humanidades» para no discriminar a nadie. Y es que claro, ahora como hay que compensar toda esa exclusión de la mujer del lenguaje tenemos que incluirlas dos veces. Y dentro de poco como esto siga así diremos «los estudiantes y las estudiantas», que queda más femenino e igualitario.
Y no puedo sino pensar que quizás un efecto colateral de todo esto es que nadie le dé un toque de atención como se merece a la aberración del laísmo. Será que queda mucho más femenino decir «la dije» si nos referimos a una mujer que usar el correcto «le dije», porque claro, suena más masculino y hay que dejar claro que es una mujer. Quizás alguna otra señora sugiera que, siempre que se hable de una mujer, tengamos que
escribir en rosa —aunque me consta que tengo lectoras que odian dicho color, y no pueden ser más femeninas, sobre todo en Braille— para no discriminar a nadie.
Así que, como feminista que soy, tendré que retomar mis clases de
esperanto para ser políticamente correcto.
Ĉion bonan al vi!