Yo, trébol

Cuando un trébol está solo y alza su mirada hacia la luna,
le susurra al dulce viento palabras que nadie puede oír

quinta-feira, 31 de agosto de 2006

La sirena y su criatura amaderada

Hoy es otro de esos días extraños en los que no hablaré de mí. Bueno, miento en parte. Siempre que hablo, hablo sobre algo relacionado conmigo, ya sea de una forma interna o externa, directa o indirecta, profunda o superficial. Es, creo yo, imposible hablar sobre algo que no sea parte de uno, aunque sea ínfimamente. Hoy, hablaré sobre mí, sobre otra persona. Hoy, hablaré de una sirena de cabellos aterciopelados. Hoy, hoy hablaré de Natariel, o simplemente NaT.

La razón es sencilla: la música. Tras muchos años persiguiendo un sueño difícil, hoy por fin se ha hecho realidad. Hoy fue a recoger a su nueva compañera, a la que llevaba años viendo en su mente, casi robada de su lado por su familia, que no querían creer su intenso deseo de esa especie de reencuentro. Hoy, por fin, ya es violera. Su pequeña criatura amaderada la observa con cautela, en su nueva casa. Nuestra sirena aún no le ha enseñado a hablar, pero tiene una voz muy hermosa. Tardará años en hablar, pero merecerá la pena. Tardará aún más años en cantar, pero será inolvidable.

Yo comparto su alegría, porque sé lo que se siente cuando un pequeño amaderado al que llevas mucho tiempo buscando te mira con esa candidez. Es difícil expresar con palabras lo que se siente cuando lo observas, mientras permanece en regio silencio, expectante. ¿Eres su dueño? No. No es cuestión de quién posee a quién, quién manda sobre quién. Sois dos para el mismo fin. Él te necesita para cantar, tú quieres que cante tan hermosamente como sea capaz de hacerlo. No es fácil, pero no importa, estás convencido: llevas demasiado tiempo esperando como para dudar ahora, como para abandonar un sueño que se acaba de hacer realidad. Soñar es fácil, alcanzar un sueño no lo es. Y lo sabes. Y por eso no dejarás que enmudezca más de lo necesario.

Aún no sabe hablar, pero cuando aprenda, os avisaré. De momento tenemos dos más en la gran familia de la música, nuestra querida sirena y su apadrinada amaderada. Todos aguardamos el momento en el que podamos oír su dulce cantar. De momento, tendremos que conformarnos con la imagen de la criatura amaderada: la viola de nuestra sirena.



segunda-feira, 28 de agosto de 2006

Historias de Terramar I

Copiándole hasta casi el título a mi estimado Shimrod, escribo estas líneas como resultado de la mala influencia del anteriormente mencionado y de mi querida y, no por ello menos odiada, Lañan. Fue ver la entrada del loco del matadero, y recordar algunos comentarios sueltos de la pija sobre esta saga que nos ocupa hoy.

Empezaré diciendo que leí dicha entrada hace un par de días o tres, y sentí curiosidad por tan afamada saga, la saga de Terramar, y hace escasos quince minutos acabo de terminar el segundo relato: «Las tumbas de Atuan». Mañana espero terminar el tercero, «La costa más lejana», y así sucesivamente. Mi velocidad lectora se está viendo mermada alarmantemente, y quedo lejos de la voracidad de todos aquellos que me conocen. Al menos, aunque sea lentamente, sí puedo seguir disfrutando de una buena lectura. Al menos eso no lo he perdido aún, y espero que nunca suceda.

Ahora diré mi impresión del libro, que no le importa a nadie, y una vez que he leído el libro, ya no me importa ni a mí. Empezaré diciendo lo que me ha parecido el principo. Es... interesante. No es espectacular, pero pocos principios lo son. Al fin y al cabo se es lector extraño en historia nueva, y es duro traspasar la barrera entre el libro y la historia en principio. Es sencillo de hacer, y al poco no recordarás cuándo la has atravesado, y olvidarás que no siempre estuviste dentro de la narración, que se abre y fluye en tu alrededor. Personalmente, y hablo personalmente tan sólo, porque la objetividad no existe y bla, bla, bla (insertar aquí conversación de cinco horas en la madrugada sobre la subjetividad del objetivismo que todos conocemos), pues eso, que no me gustó la parte inicial de la academia. Para mi gusto, torna a una narrativa muy infantil/juvenil, con muchas similitudes con el señor Potter (aunque sea mucho anterior). Que no, no es que sea malo. Sencillamente digo que no me gustó que estuviera allí. Por suerte, dura poco, y vuelve a retomar un enfoque más trascendentalista y menos juvenil, y lo mantiene en el resto del libro, y en el siguiente libro también. Del siguiente libro hablaré luego, aunque sea brevemente, para que no se me quejen las lectoras de la cantidad de texto que hay. La narrativa es fluida y justa, y me gustan los diálogos. Creo que siempre me ha gustado una literatura orientada a los diálogos. El problema es conseguir buenos diálogos. Para diálogos de besugos, prefiero una descripción somera. Ya se sabe, hasta el necio cuando calla pasa por sabio.

El libro da muchos giros en la trama que, si bien no son realmente un giro de los acontecimientos en sí, es un giro en la perspectiva de dichos acontecimientos, que es más importante, mucho más adulto, más interesante y, sobre todo, más profundo. Y eso es lo bueno: la evolución de los personajes. A veces uno puede perderse entre tanta geografía subyacente en el relato, pero lo que siempre brillará en él es la constante y clara evolución que sufren los personajes a lo largo del mismo. Un libro sin evolución no es un gran libro. Un libro con evolución no tiene por qué ser un buen libro. Terramar es un buen libro.

Del segundo sólo puedo indicar que es mejor que el primero, pero que sin el primero no sería tan bueno. Se sustenta en el carisma que desprendió el primero para cambiar las tornas y construir una narrativa que sigue el gran nivel usado desde poco antes de la mitad del primero, y que no decrece en ningún momento del mismo. Quizás la mayor familiaridad de la geografía, unido a una menor cantidad de lugares hace que la geografía no sea un obstáculo en la mente del lector, y hace que la mente del mismo sea más permeable a la sucesión de pensamientos enfrentados y acciones. Y, como se dijo antes, la constante evolución de los personajes. Personajes con una fuerza muy característica muy bien definidos, que son difícilmente arrastrados por el complejo hebrar de la trama que se constituye en derredor.

Ahora la fotito de rigor, y mañana a por el siguiente.






quinta-feira, 24 de agosto de 2006

Hoy, una de cine

Usando la frase de los Monty Python, «y ahora, algo completamente diferente», presento algo nuevo, innovador, nunca visto aquí: Cine, ese lugar al que no voy nunca. Bueno, más que cine, hoy hablaré de una película. Una película que quería ver desde hace meses, pero era difícil de conseguir. La película es «Tenchu», también conocida como «Hitokiri», cuya reseña de la I.M.D.B. la podéis encontrar aquí. Como habréis podido imaginar, es japonesa. De 1969, para ser más concretos.

Buscando un poco he encontrado una cosa curiosa para los aficionados a la serie manga (o anime) llamada «Rurouni Kenshin» (o «El guerrero samurai»), y es que el protagonista se llama «Hitokiri Battousai» en su período de asesino sangriento. Y si buscamos un poco más, no nos extraña nada ya que, como se puede leer en la wikipedia, «hitokiri» viene a significar literalmente algo así como «asesino de hombres», y fue el título que recibieron cuatro samurais: Kawakami Gensai, Nakamura Hanjiro, Tanaka Shimbe, e Izō Okada. La wikipedia dice que Kenshin Himura (el protagonista del anteriormente mencionado manga) está basado en el personaje histórico Kawakami Gensai (si bien la wikipedia deja caer que, originalmente, el autor se basó en Izō Okada). Por su parte, «Tenchu» narra la historia de Izō Okada. Así pues, me acabo de enterar de que acabo de ver una película sobre un pesonaje histórico. Pero es irrelevante, eso no hace que la película sea mejor ni peor.

Me ha parecido una buena película porque he reído cuando él reía, he llorado cuando él lloraba, he amado cuando él amaba, he odiado cuando él odiaba, y he sufrido cuando él sufría. Es una película que te toca en lo más profundo, removiendo y conjugando valores dispares como lealtad, amistad, amor, traición, muerte, y esclavitud. Con buenas escenas de esgrima, sin fantasmadas. Personajes desarrollados, con múltiples facetas, que les convierten en humanos que puedes sentir y tocar, que ves llorar desde lo más profundo de su alma, y sangrar desde lo más profundo de su cuerpo. Ciento cuarenta minutos de cine inolvidable, porque realmente no te puede dejar indiferente.

Considerando la época de la que estamos hablando, podemos decir que es una de las mejores del género. A día de hoy no hay gran número de películas de samurais que deban tomarse en cuenta, ya que hablamos de contar una historia humana, no de lucir personajes y katanas. Algunos preguntarán... «¡Ah! Pero... ¿tiene diálogos?» Pues sí, los tiene, y muy buenos. Sin ser un diálogo excepcional, pondré el trozo en el que Sakamoto le narra un cuento a Izō, a modo de consejo.
— Izo, ¿conoces la historia del cazador y su perro? El cazador y su perro persiguieron animales durante todo el día, en vano.
— Mi abuelo me contó esa historia millones de veces.
— El cazador se volvió loco de furia y le gritó al perro. El perro corrió más rápido, hasta que encontró un conejo. Le atacó con furia, pensando que eso complacería a su amo.
— Pero el perro golpeó el hígado del conejo. Su sangre amarga convirtió a la presa en incomestible. Las prisas hacen perder el tiempo, ¿verdad? ¡Lo he oído millones de veces!
— Izo, la historia es más larga.
— ¿Más?
— Sí. El cazador se enfurece con el perro y le mata. Entonces lo cocina y se lo come.
— ¿Mata al perro? ¿Lo asa y se lo come? No conocía esa parte. Sakamoto... ¿estás diciendo que Takechi es un cazador y yo soy su perro?




quinta-feira, 17 de agosto de 2006

La no soledad

Muchas veces uno está muy a gusto estando solo, sin nadie que le increpe ni moleste. Puedes pensar con tranquilidad, sin necesidad de que te estén sugiriendo cosas que no has pedido, sin necesidad de que la gente de tu alrededor intente convencerte de cosas que sabes que no quieres. A veces, la compañía simplemente molesta, aunque no haga o diga nada. Porque, a veces, se necesita estar solo. Es parte de la condición de cualquier ser vivo. Hay ocasiones en las que es imprescindible la soledad, como canalizador de un equilibrio perdido o alterado, que necesita ser reconstruido, encontrado o simplemente calibrado. La soledad es un estado que muchas veces se busca. Sin nadie más a tu lado, sentir que solo existes tú, al menos en ese instante. Sentir que, pase lo que pase, eres importante en tu vida aunque sólo sea durante un momento. Es curioso que exista música que te ayude a sentirte solo, música que te aleje de tu mundo, y cree para ti una burbuja cristalina de sonidos que impiden las interferencias con lo más profundo de tu interior. Tampoco es excesivamente difícil encontrar dicha soledad. Si la gente no se aleja de ti, tú te alejas de ellos: si la soledad no viene a ti, vas tú a la soledad. O a algo que se le parece demasiado.

Pero muchas veces no significa que sean todas, siquiera que sean la mayoría. Simplemente significa que son muchas, posiblemente porque las veces son millones de millones, y algunas tendrían que ser de soledad. Y algunas pocas de millones de millones hacen muchas veces, aunque sean minoría. ¿Qué ocurre en esas ocasiones? Emprendemos un camino de despedida de la soledad, intentando encontrar la compañía dejada atrás. Llegamos a la gente, estamos a su alrededor. Pero no es lo mismo. Estamos a su lado, distantes, alejados, frente a frente. Hablan, escuchamos. Hablamos, silencio. Permanecen en silencio. ¿Es esto compañía? No es muy distinta a la soledad. Intentémoslo una vez más. Hablan, escuchamos. Hablamos, silencio. Siguen en silencio, como si nada hubiera ocurrido. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no hablas? ¿Acaso es esto en verdad la compañía? ¡Cuán vacía y solitaria es la compañía! Mi soledad es más acompañada.

Sigo en soledad, una vez más, una de tantas. Ya perdí la cuenta, y el pasar de los años. Alguien se acerca, interrumpiendo mi soledad. Habla, escucho. Silencio, observa. Habla de nuevo, escucho. Guardo silencio otra vez, y sigue observando. Por tercera vez, habla, y esta vez yo la observo. Hablo yo ahora, y ella sonríe. ¿Por qué ha sonreído? Habla, escucho. Hablo, escucha. Sonrío yo ahora. ¿Por qué he sonreído? Mi soledad me parece tan triste y vacía... ¿Qué he estado haciendo? Ella comienza a caminar. Me pide que le siga. ¿Hacia dónde irá? Se aleja unos pasos. Comienzo a caminar. Me lleva con otros. Sonríen, sonrío. ¡Cuán triste fue mi soledad!

Pasa más tiempo. Aprendo qué es la compañía. Y cuán difícil es de conseguir. La soledad es sencilla. Basta caminar hasta que la gente no te siga más, y no estén junto a ti. No hace falta cuidarla, ni ella necesita de ti. Está en todos lados, fácil de encontrar y de alcanzar. Pero la compañía... es algo delicado de conseguir, mantener, y hacer crecer. ¿Buscar la compañía? Algo inútil. La compañía no se busca, se acepta. No se puede obtener yendo hacia los demás, de la misma forma que la soledad es hacer camino inverso. Necesita algo más, necesita alguien más. La soledad se puede forzar, no así la compañía. Y sus cuidados... No dura eterna, a voluntad, como la soledad. Es algo que gusta de mimar, pero no puedes asegurar que no desaparecerá cuando menos quieras, por mucho que la hayas cuidado. Es dependiente, y se entristece si no estás con ella. No está acostumbrada a estar sola, y no puedes abandonarla mucho tiempo si no quieres que muera. Y, al morir, algo de ti y de mí se llevará, algo que no podremos recuperar nunca más.

Perdóname, soy nuevo en la no soledad, y aún no me acostumbré a su dulce cuidar. Perdóname, pues fueron muchos años de soledad, cuidándome ella a mí, lo mejor que sabía. Nunca me pidió nada ni me rechazó, y siempre estuvo allí cuando la busqué. En la soledad, no me sentía tan solo. A veces vuelvo a ella para darle las gracias, aunque sea contigo con quien quiera estar.


sexta-feira, 11 de agosto de 2006

Lágrimas de humo

Aunque debería estar escribiendo sobre los sentimientos de la soledad, hay algo más importante ahora mismo. No cambia mucho, de soledad a desolación. Es un cambio pequeño, un cambio que me hace llorar mucho más. Porque soy trébol. Soy parte del bosque, de la vida de las fragas de extraño nombre. Porque soy verde, como todos los que aquí estamos. Oigo los gritos de dolor mientras se retuercen. Oigo sus gritos de auxilio que otros no son capaces de oír, aunque lloren al verlos sufrir. Lloro. No puedo hacer mucho más, encadenado a la tierra. Lloro una vez más, porque soy gallego, porque mi tierra está ardiendo.

Una sombra extraña se acerca. Un ruido de un motor, un extraño olor, que temo reconocer. Grito. Una vez más, grito. Nadie me oirá, están demasiado lejos. Él me oye, y sonríe de satisfacción, sin dejar de agitar lo que trae entre las manos, aquello que desprende este fuerte olor. Le grito una vez más, por piedad, por compasión. Sonríe una vez más, mientras se aleja lentamente, con la satisfacción del deber cumplido. Lloro. Gritar no servirá de nada. Lloro, como si fuera suficiente, como sirviera de algo. Algo brilla a lo lejos, es una luz roja. Toca el suelo, todo se colorea bermejo mientras demonios de los infiernos danzan rápidamente por el suelo de mis compañeros.

Me abrazo a la flor que me ha acompañado durante mi vida. Siempre estuvo ahí, con su hermosa sonrisa, compartiendo la existencia que nos tocó. ¿Por qué nos odian? ¿Qué mal hemos hecho? Ella me mira con dolor en sus ojos, y me abraza con sus espinas. No puedo dejar de llorar por ella. No puedo dejar de llorar por mí. Siento el calor acercándose, sé que está muy cerca el final. Mi orgullo ya lo perdí, quiero que me veas llorar mientras tengo mi fin. Abrázame otra vez, mi dulce flor, y perdona que no pueda privarte del dolor. No, no me hacen daño tus espinas, no te preocupes. Abrázame con más fuerza, quiero sentir que no estoy solo. Gracias por todo, mi flor. Gracias por todo, amor.

Fuego4

Tú, aquella sombra extraña que te acercaste. Tú, aquél ente abominable lleno de maldad, que entraste a mi casa y nos mataste sin piedad. Tú, aquél al que jamás podré perdonar, te pido perdón, porque ahora mismo sólo quiero lo peor para ti. Te acompañaré ardiendo en el infierno de buen grado con tal de verte donde corresponde. Ya nada me asusta, arderé eternamente allí abajo en tu compañía. Yo ya ardí una vez por tu culpa, ahora arderás tú por la mía. Por haber arrastrado con tu corrupción a mi flor hacia lo que jamás debió de pasar. Por haber destrozado la vida de mis hermanos, que no hicieron ningún mal. Por ser fuente de malos hados, ser centro de maldad. Por todo eso y más, no esperes de mí compasión, no te la pienso otorgar. No esperes mi perdón, ya no puedo olvidar. No esperes de mí nada que tú no viniste a dar: dolor, sufrimiento, impotencia, maldad. Todo ello es lo que sembraste aquél día, y solamente eso de mí recogerás.

Mordor2

Que Dios te perdone por mí, que yo no podré jamás. Que Dios me perdone también, por desearte tanto mal como el que tú pudiste otorgar.


domingo, 6 de agosto de 2006

Nun quiero coyer la flor

Es el título de una canción. Una canción tradicional asturiana. Para mí concretamente es una canción del grupo asturiano Felpeyu, ese grupo que perdió a dos de sus miembros este verano en un accidente de tráfico. Ese accidente que nos privó de uno de los mejores bouzoukistas, y grandísima persona. Pero este texto no va de música, va de sentimientos. No copiaré aquí la letra de la canción, ni en su versión asturianu ni en la versión en castellano. Si queréis ver la letra, pulsad en los enlaces anteriores.

Como he dicho, esta entrada va sobre sentimientos, otra vez. Pornografía emocional, que lo suelen llamar por otros lares, y es un término bastante adecuado, creo yo. Pero, esta vez, en contra de lo que viene siendo este espacio, esos sentimientos no son míos. Los sentimientos de los que hablaré son los que destila la canción. Yo aún no los comparto, aunque no distará mucho a este paso. Sin embargo, me consta que uno de mis mayores intereses sí que lo comparte. Si no a día de hoy, en un pasado bastante reciente. Como no tengo posibilidad de hablar con ella, y menos de que me escuchara, lo escribiré aquí, conocedor de que no lo leerá.

Comenzaré diciendo cuál es el sentimiento básico que se destila de esta maravillosa canción. La resignación a la soledad por temor a fracasar nuevamente en el amor. Ha quedado algo largo. Simplificando, sería algo así como... miedo. Sí, sencillamente es miedo, miedo a que te hagan daño nuevamente. Recordemos que, mucha gente, somos especialmente vulnerables a la persona que queremos, y un desengaño o un rechazo en ocasiones puede ser mucho más de lo que somos capaces de soportar. ¿Es una tontería, decís? Creedme que lo sé, pero sabed que tampoco se puede evitar... fácilmente. Es el problema de querer de verdad, con toda tu esencia.

Sólo hay que empezar a escuchar la letra: es preferible no coger la flor a que puedan pincharte sus espinas, igual que es mejor no amar para que no te puedan herir. Yo soy rosa, entiendo de espinas. Comprendo que, muchas veces, no merezca la pena el esfuerzo de pincharse para alcanzar la flor. Sin embargo, yo también soy un trébol, y mi entropía diferencial me regaló una principita que no tenía miedo de pincharse una y otra vez con mis espinas. Ella ganó una rosa, pero el afortunado fui yo.

Poco después dice que no quiere buscar amores, ni escuchar palabras que son mentiras. A nadie nos gusta que nos mientan sobre los sentimientos, está claro. Lo que no queda ya tan claro es si, en aquél momento, fueron mentiras o no. Los sentimientos cambian, hay que tenerlo claro. Lo que siempre debería permanecer es la sinceridad. No se puede culpar duramente a alguien porque sus sentimientos hayan cambiado: al fin y al cabo, no los elige a voluntad.

La siguiente estrofa viene a decir que, si fuera por simple amor propio, sí lo intentaría, pero como es por verdadero amor, mejor no intentarlo que recibir las heridas del desengaño. Aunque es una premisa bastante interesante, no es lo que se debe hacer. Y créeme que sé ya mucho de esto, que lo que dice la canción lo llevo haciendo demasiado tiempo, y realmente no ahorra ningún dolor. Al contrario, lo aumenta.

Al final de la canción hace una alusión al amor que acabóse recientemente, simbolizando el dolor que produce el recordar el amor terminado, al rememorar o visitar situaciones o lugares que traigan a la mente aquello que ya se acabó, y que no piensa volver a realizar algo parecido con nadie más, para no tener que pasar por lo mismo otra vez, para no volver a sufrir por su pérdida.


Conclusión: una bella música acompañada de unas bellas palabras que expresan una idea completamente erronea. Como ya dije en una discusión sobre el amor que tuvimos cierta gente que pulula como lector de este modesto espacio, «más vale caerse una y mil veces de la nube, que no haberse subido jamás».

Y, para aquella rosa blanca que mira al cielo le diré que no se canse de luchar, que a veces el dolor es un pequeño precio que hay que pagar para poder alcanzar una felicidad mucho mayor. También le diré lo que le dije a mi media luna una vez que estaba cabizbaja: recuerda que, cuando tú estás triste, hay alguien que está triste porque tú estás triste.

Quiero aprovechar este texto para agradecer a Igor Medio y Carlos Redondo todo lo que han hecho por la música en su vida. Si alguien oye la canción, les diré que Carlos es el que pone voz a la letra, e Igor el que hace el acompañamiento a bouzouki.